De cómo la imaginación crea una tierra. Divagaciones sobre los viajes imaginarios y reales de Francisco Coloane a la Antártica.

BLANCO

El poder de la imaginación es vital porque estimula el viaje. Necesitamos un pequeño impulso para encontrar esa geografía desconocida: sin curiosidad, no es posible tampoco imaginar. Sin continentes inventados o sin expediciones perdidas es más difícil encontrar aventureros dispuestos a iniciar su búsqueda. Y el sueño de la aventura nace, muchas veces, en el viaje inmóvil: la lectura de un libro o la mirada perdida en un mapa. Aquello sucede precisamente con la literatura de Francisco Coloane, escritor y aventurero chileno que recorrió y dibujó con su relato el continente blanco, mucho antes de visitarlo como parte de la Primera Expedición de Chile a la Antártica, en 1947.

¿Cómo se crea una tierra imaginaria? Pareciera que sólo hay que nombrarla y señalarla: “se encuentra más allá…” y siempre habrá alguien dispuesto a buscarla. La historia de América está llena de esos ejemplos, que se alimentan de ficciones que a veces se convierten en nuevas tierras. Juan de Fuca dijo que había encontrado el paso del Noroeste entre los océanos Pacífico y Atlántico, y a pesar del fraude una placa tectónica tiene su nombre. Todavía hay algunos que buscan los restos de la Ciudad de los Césares, el intento fallido de colonización de Francisco de Camargo en 1540, en las cercanías del Estrecho de Magallanes. Y está el caso del continente imaginario que nació cuando Claudio Ptolomeo escribió su tratado de Geografía en el siglo II y mencionó una tierra al sur llamada Australis Incognita. Al ser el gran referente del conocimiento del mundo de la época, nadie se atrevió a contradecirlo, y los mapas la dibujaron incluso de antes que se descubriera América.

De los viajes imaginarios…

Antes de comenzar, es importante decir que Chile tuvo desde siempre una soberanía imaginaria sobre la Antártica, incluso desde antes de que existiera nuestro país como concepto o territorio. Cuando los conquistadores españoles llegaron a Chile, tenían asumido que la Terra Australis Incognita se encontraría más allá del Estrecho de Magallanes, y ésta es entregada por concesión a Pedro Sancho de la Hoz1. En el poema épico La Araucana de Alonso de Ercilla, Chile se presenta como de la “región antártica famosa”, usando el término antártico como una oposición a las tierras árticas del norte.2

[Figura 1: Reconstrucción del mapa de Ptolomeo, según la versión de Nicolaus Germanus, 1467. La Terra Australis da vuelta todo el globo terráqueo en el sur.]
Fue difícil pasar de una ocupación imaginaria a una ocupación tangible. Se intentó la del Estrecho de Magallanes en los tiempos de la conquista española, pero terminó con la tragedia de lo que hoy conocemos como Puerto del Hambre, en 1587. Durante los siguientes tres siglos el sur del continente seguía siendo ocupado por sus habitantes originales- los selk-nam (u onas), tehuelches, yaganes (o yámanas) y káwesqar- quienes vivían perfectamente sin tener la necesidad del mito de la Terra Australis y sin importarles que los europeos pensaran que estaban habitando en el extremo de abajo del mapa. Eso sí, conocieron y muchas veces se relacionaron con viajeros europeos que pasaron por esas costas, y seguramente se enteraron que algunos de ellos se desviaron de sus rutas, empujados por la fuerte Corriente Circumpolar Antártica hasta llegar a las lejanas islas Diego Ramírez o incluso más allá.

Por las primeras décadas del siglo XX, la Antártica ya había sido mapeada y recorrida, poco antes de que los países ganadores de la segunda Guerra Mundial se repartieran políticamente el planeta. Aunque nadie tenía establecida una soberanía absoluta sobre el continente blanco, las potencias mundiales comenzaron a enviar a ex-soldados de guerra para que se instalaran e hicieran soberanía en distintas bases, la mayoría ubicadas en la Península Antártica, a cambio de jugosas pensiones de retiro. Los chilenos seguían viendo cómo los barcos zarpaban desde el puerto de Punta Arenas rumbo al sur, suspirando con la idea de cruzar el terrible Paso de Drake que une los Océanos Pacífico y Atlántico.

Este sueño se mantuvo en el imaginario colectivo hasta que un día de 1940 la ilusión se convirtió en un proyecto de Estado. Al más puro estilo del realismo mágico, sin haber viajado ni haber puesto bandera alguna, el presidente Pedro Aguirre Cerda firmó el decreto que definió como Territorio Antártico Chileno todas las tierras antárticas comprendidas entre los paralelos 53° y 90° W. Amparado por viejas disposiciones del Rey de España, estableció así que la Terra Australis era chilena por derecho propio. Se inauguraba así un momento mítico para todos los soñadores.

Así fue como en esos años Francisco Coloane, escritor chilote-magallánico, alimentado de un imaginario de navegantes y aventureros así como de su propia experiencia, escribió dos novelas de aventuras ocurridas en los territorios de Magallanes y Antártica. La primera novela trata de dos héroes, los hermanos Manuel y Alejandro Silva Cáceres del puerto de Talcahuano. Hijos de un marinero que perdió la vida cuando Alejandro era pequeño y sumidos en la pobreza, Manuel parte a Punta Arenas para encontrar un buen trabajo, pero al tiempo deja de enviar noticias y su destino es incierto. Alejandro, siendo casi un adolescente, abandona el hogar y entra como polizón en el último viaje de instrucción del Buque Escuela Baquedano. Es aceptado a bordo y le dan un puesto como grumete.

En La Baquedano, Alejandro aprende entre otras cosas a ser vigía del océano, a sobrevivir a una tempestad en el Golfo de Penas y a cazar ballenas, además de mitos y leyendas de los hombres de mar. En la travesía recorren los canales patagónicos, donde transan bienes con un grupo de káwesqar; siguen hasta Punta Arenas, luego el Canal Beagle, las islas Lenox, Picton y Nueva en el extremo oriental del continente, regresan por el Canal Murray y enfrentan el Cabo de Hornos. Por las cercanías de la Isla Navarino se encuentran con una tribu de yaganes, liderada por un hombre de aspecto no indígena: es Manuel, el hermano perdido.

Ésta es en parte la trama de la novela El Último Grumete de la Baquedano, un suceso editorial del año 1941 que se convirtió en un clásico de la literatura escolar para muchas generaciones de niños y adolescentes. La siguiente novela que Coloane escribió se llamó Los Conquistadores de la Antártida y se publica el año 1945. En esta historia Alejandro ya es un experimentado hombre de mar y radio controlador de la Armada de Chile, mientras que Manuel sigue en su posición de Jefe Blanco de la tribu de yaganes. Ambos, junto a sus amigos el Sargento Ulloa y el yagán Félix, cruzan el paso de Drake en un barco llamado Agamaca y llegan a la Antártica a puro instinto, sin mapas ni brújulas, teniendo como alimento el charqui que consiguieron en la Isla Navarino. Cuando llegan a la Antártica, recorren sus costas y se admiran de sus riquezas, pero como muchos otros exploradores, pierden el barco y deben intentar cruzar el continente a pie. Félix cae muerto en el camino y Ulloa, que quiere llegar al Polo Sur pero está al límite de su capacidad física y mental, deja clavada una bandera chilena en la cumbre de una montaña y se precipita al abismo. Medio muertos, Manuel y Alejandro logran encontrar auxilio en un puesto de balleneros y son rescatados por un hidroavión de la Armada.

[Figura 2 y 3. Portadas del Último Grumete y Los Conquistadores en su primera edición de la Editorial Zig- Zag.]

El paralelismo entre los expedicionarios de la novela y las historias de la realidad es también un tributo a las expediciones de los primeros aventureros que llegaron al continente blanco. En esta historia, Coloane se inspiró en relato de la expedición sueca a la Antártica del año 1901, liderada por Otto Nordenskjöld. En sus memorias, comenta:

“La grandeza de esos hombres, para mí, fue su capacidad y osadía para afrontar no sólo una tempestad, sino aquella situación en la que el barco que viajaban, el Antártico, quedó en un pequeño varadero, encerrado entre muros de hielo de dos metros de altura, que presionaron al barco por ambos costados. La situación se agravó más y más, hasta que se presentó la catástrofe. Sigo considerando ese relato una lección de solidaridad, abnegación, comportamiento y sensibilidad, dada con mucha fineza humana. Por eso quisiera encontrarme con Nordenskjöld, alguna vez en alguna esfera olvidada y ver si pago la deuda que tengo con él”.3

Aunque imaginario, insisto en que el Sargento Ulloa fue el primer chileno en marcar un punto de soberanía en la Antártica literaria. Aquel acto simbólico fue tan importante para el espíritu de la época, que Francisco Coloane fue uno de los selectos invitados para ser parte de la Primera Expedición Chilena a la Antártica del año 1947, como él mismo lo relata.

“En diciembre de 1946, siendo funcionario de un servicio público, conocí incidentalmente al vicealmirante Immanuel Holger, cuando se preparaba la primera expedición científico- militar chilena a la Antártica. Era mi deseo íntimo conocer esa región después de haber sorteado varias veces los parajes alrededor del Cabo de Hornos, y haber escrito, en 1945, una novela juvenil que llamé con cierta pretensión Los Conquistadores de la Antártida y que obtuvo un primer premio en un certamen literario. (…) a los pocos días recibí una amable nota en que se me integraba a la expedición que se iniciaría el 28 de enero de 1946, “a título personal”, lo que me liberaba de entregar informaciones a diarios o revistas. Al presentarme a agradecer su invitación e inquirir los detalles para el viaje me dijo sonriente “ojalá le sirva para escribir un cuento”4

Y éso fue lo que hizo.

…A los viajes reales.

La llegada “real” de los chilenos a la Antártica fue mucho más práctica que el viaje del Agamaca. De alguna manera muy técnica y un poco extraña, podríamos decir que se hizo posesión chilena mucho tiempo antes. A principios del siglo XX, un noruego llamado Adolfo Andressen se nacionalizó chileno para obtener un permiso que le permitiría crear la Compañía Ballenera de Magallanes, la cual instaló sus faenas en la Bahía el Águila (península de Brunswick) y en la Isla Decepción (península Antártica). Esta compañía, que llegó a tener 11 barcos, funcionó activamente entre 1906 y 1916 hasta que la Primera Guerra Mundial hiciera que la caza de ballenas en el extremo sur fuese económicamente inviable5. Él y su señora, también noruega (y quizás la primera mujer que llegó tan al sur), izaron la bandera de Chile en la Isla Decepción, pero no podríamos decir que la astucia empresarial de Andressen cuente como una primera posesión chilena.

Por otra parte, al mismo tiempo de la cacería de ballenas, distintas expediciones habían ya registrado las costas del continente antártico. La expedición rusa de 1820 descubre y circunnavega por primera vez el continente Antártico y en honor a su capitán, uno de los mares del sur tiene el nombre de Bellingshausen. La expedición sueca de 1901- 1904, liderada por Otto Nordenskjöld, recorre una buena parte de la península Antártica, y debido al naufragio de su barco, el Antarctic, deben ser rescatados por la armada argentina. La expedición de los años 1910-12 del noruego Roald Amundsen llega al Polo Sur. Otros más se atreven a explorar su infinito horizonte blanco en trineo y a pie, siendo una de esas expediciones la Imperial Trans-Antarctic Expedition, dirigida por Ernest Shackleton, que se inició en 1914 y terminó en 1917. No vamos a detallar aquí las terribles peripecias que pasaron en esa expedición, tampoco esos meses que los hombres de la tripulación estuvieron atrapados en el hielo sin poder llegar a tierra, o cómo pasaron los meses de la larga noche antártica, o cuando cargaron tres botes con todo lo que pudieron rescatar de su barco, para llegar penosamente a la Isla Elefante, un peñasco ubicado al Norte de la península. Diremos, que una expedición formada completamente por chilenos llegaron a la Isla Elefante en un barquito llamado Yelcho, comandado por Luis Pardo, y que a pesar de su nulo equipamiento logró rescatar a toda la tripulación de Shackleton dejándolos sanos y salvos en Punta Arenas, y que para celebrarlos, la ciudad los recibe con una hermosa recepción en la Primera Compañía de Bomberos.

Siempre me ha llamado la atención que la historia del Piloto Pardo, el salvador de Shackleton, es bastante conocida por los chilenos, pero no mucho por el resto del mundo. Es un bonito epílogo y si nos detenemos en las características del viaje no deja de ser heroico. Los chilenos llegan a la Antártica en un barco ínfimo que sólo se ocupaba para apoyar actividades en la costa, y que, sin embargo, cruza las peores corrientes del océano mundial en un recorrido de más de 1200 kilómetros. El barco no tenía telégrafo ni electricidad, y peor aún, no tenía calefacción ni casco de doble fondo para salvarse en caso del choque con un iceberg6. Este fue un rescate de emergencia con tintes de suicidio en el mar, que a pesar de todo resultó exitoso. Quizás por eso, la historia de Pardo se recuerda y admira como uno de esos saltos al vacío en el que la única forma de salir del problema es a punta de ingenio y valentía porfiada.

[Figura 4. El libro de visitas de la Primera Compañía de Bomberos de Punta Arenas, con la firma de Ernest Shackleton, el resto de la tripulación del navío Endurance, y la firma de Luis Pardo, Comandante del Yelcho, con fecha 11 de Julio de 1917. Fotografía: Alejandra Mora]
Para Francisco Coloane, nacido en Quemchi en el archipiélago de Chiloé e hijo de un ballenero, ésa época heroica de exploración antártica fue parte de su imaginario desde muy niño. Su padre formó parte, indirectamente, de esa historia.

“Mi padre era un autodidacta del mar, como yo de la literatura. Sólo que yo nunca pude usar la pluma como él su arpón. Me cuentan que primero anduvo en las “lobadas”, como se dice allá de las cacerías de focas. Luego fue patrón de chalupas balleneras que pescaban para la factoría de Corral. Era la época en que se cazaba con arpón de mano. Más tarde cazó el cetáceo con cañón arponero en la Yelcho, nave de la que fue capitán. Fue ese mismo barco, adquirido por la Armada y al mando del Piloto Pardo, el que salvó a Shackleton en la Antártida”.7

Varios años más tarde, la Armada Chilena emprende rumbo a estas lejanas tierras, no para rescatar a exploradores en aprietos, sino que para hacer soberanía en el así llamado Territorio Antártico Chileno. Teniendo esto en mente, parece increíble que este primer viaje haya sido tan terriblemente improvisado. Una declaración de los Estados Unidos diciendo que no aceptarían las reclamaciones territoriales de nadie fue el motivo para apurarse8. Esa declaración fue en noviembre de 1946, y de alguna forma, se aprobó el presupuesto el último día hábil de ese año. De ahí, enero de 1947 fue una carrera contra el tiempo asignada al capitán Federico Guesalaga, quien tuvo que hacerse cargo en el rol de Comodoro de la flotilla9.

El plan de esta expedición era instalar una vivienda acompañada de una estación meteorológica, otra de medición de geomagnetismo y una estación de radio. Para eso se contrató ad honorem al arquitecto Julio Ripamonti que diseñó y supervisó la instalación de una estructura prefabricada. Por mientras, Guesalaga conseguía parcas para 60 personas y rescataba de museos raquetas de nieve y trineos del siglo pasado10. Por otra parte se invitó a una delegación de intelectuales, entre los que se encontraban geólogos, geógrafos, biólogos, meteorólogos, periodistas y el escritor Francisco Coloane, que seguramente aceptaron entusiasmados sin pensar en lo que pasaría durante esos tres meses de expedición.

El mismo enero de 1947 zarpan con algunos días de diferencia la fragata Iquique y luego el transporte Angamos. Pienso que mandaron a la Iquique a revisar primero dónde podían instalarse y luego recibir al grupo de intelectuales y no quedar en el bochorno de viajar todos juntos buscando sitio, porque prácticamente todos los lugares posibles en la costa occidental de la Península ya estaban ocupados por estadounidenses, británicos o argentinos. También estaban los antiguos puestos balleneros, los cuales llevaban varias décadas instalados en lugares ideales como la Isla Decepción. Con todo, finalmente los chilenos encontraron un sitio en la isla Greenwich y pudieron instalar la Base Soberanía, primera base chilena, hoy llamada Base Arturo Prat.

[Ruta del Transporte Angamos, Febrero a marzo de 1947. Aunque el viaje comenzó y terminó en Valparaíso, este mapa muestra sólo la ruta desde Punta Arenas. Fuente: Orrego Vicuña, 1947, SCAR- Composite Gazetteer of Antarctica. Gráfica por Daphne Damm M.]

El registro que Coloane detalla en sus memorias “Los pasos del hombre” así como en las bitácoras de otras personas que participaron en este viaje, van variando desde una excitación profunda y maravilla frente a la idea de hacer patria en la soñada Antártica, a una sensación de hastío y profundo aburrimiento frente al monótono paisaje.11.

“Nuestra navegación de cerca de tres meses fue en su mayor parte entre hielo, mar y cielo. El ánimo de los navegantes era mucho más impredecible que los famosos cambios caprichosos ‘de la región antártica famosa’”.12

Como los intelectuales que acompañaron esta expedición eran civiles respetables, el capitán del Angamos nunca les impuso reglas de convivencia, lo cual hizo que los roces de egos se hicieran al cabo insufribles. Algunos intentaron “un sistema de calendario de quejas, en el cual cada uno podía tener permiso por un día a la semana para poder desatar todo su mal humor con sus compañeros de cabina, pero a veces los ánimos irritables duraban más de lo esperado y el sistema no prosperó”13.

Lo que sí efectivamente ocurrió fue que todos ayudaron en la construcción, porque la tripulación de 3 oficiales y 21 marineros no podía hacerlo todo14. Los intelectuales ayudaron también acarreando materiales, rellenando pisos, limpiando, o recolectando nidos de petreles para hacer una fogata que sirviera para licuar agua, para hacer la mezcla de cemento de los pilares del faro. Coloane se encontró particularmente orgulloso de participar en nobles tareas tales como actuar de escribano de los primeros sondajes realizados en aquellas costas y participar en la construcción del faro bautizado con el nombre de Prat. También notó que la irritación producida por estar lejos de la civilización se disuelve con el trabajo duro, algo aprendido de muy joven por sus largas temporadas en la pampa fueguina y patagónica.

En sus memorias, Coloane registró las impresiones que le causaron encontrarse con enormes esqueletos de ballenas varadas en la costa o apariciones de icebergs que la embarcación debió evitar. En esta tierra antártica, realidad y ficción perdieron sus límites en la imagen de las skúas, fieras aves antárticas que no sabían del temor a los humanos.

«Repentinamente, estos pájaros comenzaron a lanzarse contra mis ojos. ¡Si, contra mis ojos! Vi el resplandor de sus picos marfileños y de sus ojos penetrantes, hecho uno en la base del pico. Saqué el cinturón de mi parca y comencé a bornearlo alrededor de mi cabeza, como las boleadoras con que se caza el ñandú o el avestruz patagónica, para apartar las aves agresivas. Empero más y más se fueron sumando al combate aéreo y pronto tenía un verdadero techo de alas pardas sobre mi solitaria humanidad»

Gracias a un pedazo de remo quebrado logró hacerse camino, para salir de la nube de aves y poder llegar a salvo a los alrededores del recién inaugurado faro.

[Figuras 5 y 6. Construcción de las instalaciones chilenas en la Base Prat. Fuente: Orrego, E. (1948). Terra Australis. Santiago: Zig-Zag]

Luego de esa instalación, el Angamos siguió viajando y haciendo reconocimiento de la costa más allá. La Isla Decepción, que parecía la mejor alternativa para recalar, ya estaba siendo ocupada por los cargueros argentinos Chaco y Ezcurra. Como ambas naciones tenían idénticas misiones pero no valía la pena discutirlas en esas soledades, los chilenos invitaron a los argentinos a celebrar, y esa noche se festejó con jolgorio 15. Al día siguiente siguieron hacia el sur, pasaron por el canal de Guerlache y llegaron a Puerto Lockroy. Allí, el teniente andino Jorge González subió la montaña más alta y clavó la bandera nacional, pero al frente en una pequeña isla se encontraba una cabaña habitada por dos británicos marcando soberanía16. Coloane recuerda el encuentro con los ingleses:

«Conversamos hasta la medianoche soslayando un poco los nacionalismos, los mandatos de los gobiernos y las polémicas de las cancillerías que allí entre los hielos polares no tienen más eco a veces que el nocturno croar de los pájaros bobos o pingüinos»17

También, detalla en particular la navegación por las aguas de los canales de Gerlache y Neumayer, el cual bordea las costas de la Tierra de Graham. Al parecer fueron días de buena y pacífica navegación:

Ahí estaban los témpanos más bellos y delicados, tan vivos en este paisaje donde la foca de Wedell, el elefante marino y hasta el leopardo eran sólo pesadas sombras estáticas recostadas en sus bordes. Luego, vimos albos cisnes de alto cuello, catedrales de torres ojivales, esquifes veleros con sus solidificadas velas de cuchillo agarrando viento en una lenta navegación.

Luego de un largo recorrido que los llevó a la parte de la Península Antártica que queda más al sur del círculo polar, el Angamos dejó la Antártica el 22 de marzo de 1947, subiendo lentamente el mapa desde Magallanes hasta Valparaíso, donde finalmente terminó su aventura el 25 de abril del mismo año.

Un recuerdo que me parece muy especial es el boletín La Aurora Antártica, periódico que se escribió a bordo, que sólo tuvo un número y que se distribuyó en muy pocas copias. En ese boletín, Francisco Coloane escribió un breve cuento llamado La Voz del Témpano, que es un hermoso testimonio de sus reflexiones sobre esa naturaleza infinita, tan imperturbable a pesar de la voluntad de los humanos por dominarla, y tan lejano a las tonterías de los países y sus banderas. En el futuro, Coloane seguiría escribiendo acerca del viaje en sus memorias y en la anécdota de haber conocido al inglés que vivía en la Isla Lockroy, pero en ese momento, en frente a la inmensidad, en vez de hablar de personas y de nacionalidades, escribe la conversación imaginaria entre un hombre y un témpano viajero:

“(…) (el Témpano le dice al hombre): Dime, ¿qué haces en esta bahía? ¿has venido como todos los tuyos a matar estas focas, a exterminar estos pájaros?

El Hombre: No. He venido a hacer algo que tú no puedes hacer en tu vida. He venido a construir una casa para que viva aquí el hombre. Te encuentra alguna razón cuando mencionas algunas de las cosas, que nos golpean a ambos, los hechos y fenómenos que nos afectan en forma semejante; pero te olvidas de una fundamental diferencia entre nosotros: todo lo que a tí te destruye, a mi me construye; esas caídas, golpes y magulladuras crean mi experiencia; yo nazco chico y tu grande; al final, tú te has empequeñecido y yo me he engrandecido. De tí no quedará nada. En cambio, de mí quedará, por ejemplo, esta casa construída en el corazón de tu imperio; el estudio de las corrientes y de los vientos que tú no puedes vencer y que yo navego y atravieso a mi voluntad. Construyo, siempre, pienso; de cada hombre siempre quedará algo; en cambio de cada témpano nunca quedará nada.

El Témpano: Esa casa que construyes con el tiempo desaparecerá. Y esos hombres también.

El Hombre: Vendrán otros hombres y harán nuevas casas.

El Témpano: Nacerán otros témpanos y surcarán estos mares.

El Hombre: Y moriréis en la nada, diluyéndoos en la superficie del mar.

El Témpano: Tú también un día te perderás en la nada.

El Hombre: ¿Olvidas que mi alma es inmortal?

El Témpano: Y la mía también. Me diluyo en la superficie del mar para bajar a sus corrientes submarinas y en ellas llegar hasta los trópicos, transformarme en una nube y recorrer tus campos fertilizándolos para que nazcas y puedas vivir. ¿No me reconoces en tí mismo, entonces? ¿En tu sangre? ¿En el fruto que comes?

El Hombre: (gritando): ¡Yo soy la vida!

El Témpano: (irónico): ¡Yo nada más que la mitad de la vida, modesto!

El hombre irritado gritó como al comienzo un “¡aah!” un “¡ooh!”, un “¡iih!”, con el afán de escuchar sólo su eco, sin discusión, sin palabras ni pensamientos, pero el témpano no respondió. ¡Ya estaba lejos!”

Coloane, La Voz del Témpano (fragmento). Escrito en Bahía Soberanía, en febrero de 1947.

¿Qué queda de estos viajes imaginarios y reales de expediciones antárticas? Después de tantas idas y vueltas de barcos, científicos y témpanos, los humanos que conocen la Antártica siguen siendo muy pocos. Por eso son necesarias las miradas sensibles de personas como Francisco Coloane y de los viajeros que conectan lo sublime con lo mundano, dejándonos relatos de lugares que quizás nunca veremos con nuestros propios ojos. Su legado es hacernos viajar con nuestra imaginación, más ligera que el aire, con historias que evocan heroísmos y tragedias, ciencia y lirismo. Así protegemos la Antártica de nuestra ruidosa humanidad, manteniendo su misteriosa lejanía blanca.

 

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  1. Martinic, Mateo (2002). Breve Historia de Magallanes. Punta Arenas: Ed. UMAG.
  2. En el poema La Araucana, los versos 41- 48 dicen así: “Chile, fértil provincia, y señalada/ en la región antártica famosa,/ de remotas naciones respetada/ por fuerte, principal y poderosa,/ la gente que produce es tan granada,/ tan soberbia, gallarda y belicosa,/ que no ha sido por rey jamás regida,/ ni a extranjero dominio sometida”.
  3. Coloane, Francisco. Los Pasos del Hombre (memorias). P. 121-122.
  4. Coloane, Francisco. (Op Cit.), P. 147-148.
  5. Quiroz, D. (2011). La flota de la sociedad ballenera de Magallanes: Historias y operaciones en los mares australes (1905- 1916). Magallania, Vol 39:33-58
  6. «100 años del rescate del Piloto Pardo». El Mercurio, 15 de Agosto de 2016.
  7. Coloane, Francisco (Op. Cit., P. 26-27)
  8. Pinochet de la Barra, O. (1997). «Recuerdos de la Primera Base Antártica». Boletín Antártico Chileno, Vol 16. N°1.
  9. Tromben, C. (1997) «Se gesta la Primera Expedición 1946/47». Boletín Antártico Chileno, Vol 16. N°1.
  10. Pinochet de la Barra, O. (Op. Cit)
  11. Silva, R. (1947). Antártica Blanca. Santiago.
  12. Coloane, Francisco (Op. Cit., P. 151)
  13. Coloane, F. (2001). Los pasos del hombre: memorias. P.153.
  14. Pinochet de la Barra, O. (Op. Cit).
  15. Silva, R. (Op. Cit, P. 106).
  16. Coloane, F. (Op. Cit., p.155).
  17. Coloane, F. (Op. Cit., p.155).